Una bendición
Toni Morrison
Leer a Toni Morrison tiene mucho en común con la gimnasia. Su prosa no es accesible a los lectores perezosos, ni mucho menos a los patosos. De hecho, sus libros suponen un esfuerzo casi físico al común de los lectores. Nada es accesible a primera vista. Los artefactos con los que elabora su trabajo son complejos, a menudo parecidos a instrumentos de tortura. Su prosa es densa y requiere calentamiento previo si no se quiere sufrir flato lingüístico. Su obra es el equivalente literario a una tabla de ejercicios emotivos que, bien desarrollados, consiguen penetrar en el tejido muscular, superar los obstáculos y alcanzar la espina dorsal no para erizarla, como diría Nabokov, si no para recolocarla con la maña de un buen osteopata.
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