17.12.05

citas 2

“Pedalea-pedalea-pedalea-pedalea por el parque. Tierra, estanque, bancos, pedalea, una o dos bicis se cruzan con ella, hace frío, nadie se sienta en el parque. Gente que cruza el parque. El parque, el bosque. Grupos. Pedalea-pedalea-pedalea-pedalea. Algo verde chillón, amarillo canario, cruza el bosque a treinta metros de donde ella pedalea-pedalea-pedalea. Se asusta. Mucho. Reduce la velocidad pero al momento se siente vulnerable y empieza a pedalear-pedalear-pedalear, no se da cuenta pero está cantando en voz baja. Pedalea- pedalea-pedalea. Le da miedo girarse y ver lo qué ha visto otra vez. Pero tiene que hacerlo, así que se gira. Y ve a un chico joven. Es tan hermoso. Viste un pantalón ancho de ¿pana? No sabría decirlo. De lo que está segura es del verde intenso de su color. Pelo rubio y lacio. Jersey amarillo brillante. Se siente estúpida por haber echado a correr, da la vuelta, se ha desviado un poco al asustarse. El chico se monta en una bici. (¿tenía una bici? ¿de dónde sale la bici?) y pedalea-pedalea-pedalea. Ella sigue su camino pensando en lo tontita que es y lo poco valiente que es y lo poco amable que es con el pobre chico guapo que la sigue en bici. La sigue. ¿La sigue? Llega al final del caminito y entra en la gran avenida del parque, allí hay muchas bicis y mucha gente. Respira hondo y se siente más tranquila. Pedalea-pedalea-pedalea. Se gira para verle la preciosa cara otra vez. Pero no hay nadie. Reduce la velocidad. No le ve. ¿Dónde está? . Ella pedalea, pedalea,pedalea.
La historia se repite al día siguiente y al día siguiente del día siguiente.




Pernil Jerking llegó a casa a eso de las tres y media. Con el horario escandinavo en la mano, comprobó que, efectivamente, era demasiado tarde para comer y demasiado pronto para cenar. Se quitó el jersey de lúrex dorado. El tejido no transpiraba.
Se sentó en el sofá y encendió el televisor. Con la ayuda del canal meteorológico empezó a planear el vestuario elegido para la siguiente excursión. Lluvia el martes. Tendría que poner a lavar sus calcetines rojos. Decidió que esta vez buscaría por el puerto, la línea de la playa y, si no encontraba nada, por el muelle nuevo. La chica de esta semana había sido muy amable con él, lo que no era habitual. Generalmente le trataban con rudeza o desprecio, una rubia se rió de él y una morena le denunció a la policía. La chiquilla de esta semana le había tratado con un respeto extraño. Casi se diría con fascinación. Quizás debería intentarlo una vez más con ella. Llevaba diez meses buscando la chica perfecta para su plan, un embarazo largo, un embarazo de marmota. Pero seguir a la chica de la Monarch dos semanas estaba fuera de lugar. Rompería con su estricto programa y a Pernil Jerking no le gustaba improvisar. Se sentía orgulloso de esa faceta suya. Quería pensar que sus conocidos y la gente con la que se cruzaba por la calle veía en él a un hombre pulcro y recto. Sí, el acicalamiento era la carta de presentación del hombre correcto.
Se levantó del sofá, cogió un par de braguitas de algodón del primer cajón del tocador y acarició con la mejilla la deliciosa franja de rizo de algodón que años atrás le convenció para que abandonara los calzoncillos largos, rellenó el dosificador de gel con las muestras que había recogido esa mañana en Åhlens y se metió en la ducha por tercera vez ese día.”