Las rupturas dolorosas (todas) son como un toro. Una bola negra, peluda y tan violenta como desconcertada. Tras el combate acostumbran a dejar tras de sí un reguero de sangre y algo de pelusilla (léase DVDs prestados, calcetines robados, notas manuscritas y ropa interior incómoda)
Mis etapas pre-ruptura, es decir, todas mis relaciones hasta la fecha, coinciden siempre con la compra masiva de ropa interior, por lo general muy à la mode y por tanto fáciles de reconocer y ubicar temporalmente cuando abro el cajón de la cómoda. Aquí están las braguitas de mesh estampadas de O, delante de los culottes de encaje de P, al lado los biquinis negros de M… De hecho, lo confieso, sólo compro ropa interior por necesidad cuando planeo enseñársela a alguien. O sea, antes de salir con alguien. Es más, hace dos meses intenté comprar un pack de biquinis de algodón en Oysho sin conseguirlo. Y lo intenté tres veces en una semana. Tengo testigos, no exagero.
Lamentablemente, y puesto que recientemente he inquirido en el gran pecado de los X meses (creerte que mudarte a otro lugar cambiará tu vida sentimental de manera radical), en el momento presente no existe ni pasado ni, ya puestos, cómoda. Guardo mi ropa interior en una maleta, y mi repertorio de foam se ha visto reducido de manera drástica ante la escasez de espacio en la susodicha maleta. La economía de medios y espacio me ha forzado a dejar atrás todo mi pasado erótico. Ahora cuento con apenas una docena de ítems de algodón de colores. Todo es extraño. Nada es familiar.
Mis braguitas amarillas y yo navegamos por un espacio temporal-emocional confuso y, al parecer, no somos las únicas. Basta con tener los ojos bien abiertos para comprobar que los nueve meses post-ruptura son una etapa que no sigue ningún patrón sentimental determinado… Es un auténtico campi-qui-pugui en el que cada uno hace lo que puede, según sus posibilidades. Los que deciden pasar de todo y tapar las heridas con nuevos parches emocionales ya llevan dos meses disfrutando de la carne ajena; los que han optado por seguir llorando presentan eccemas del tamaño de la Península Ibérica en sendos ojetes y los que vamos tirando nos encontramos en ese punto en el que detestamos la idea de morir sin crianza y al mismo tiempo sentimos la más absoluta repugnancia por todo aquello que se asemeje al contacto físico.
Cuando nuestros amigos quieren confortarnos, cuando los desconocidos demuestran interés con entusiasmo, cuando alguien nos da la mano demasiado rato… ah, ya lo noto, es el principio de la mueca que te dejara patidifuso cual vision de Górgona. Es la incomodidad que expreso muy a mi pesar y con todo el cariño del mundo, no vayas a pensar lo contrario querido y muy efusivo amigo mío.
Claro está que cuando una relación acaba lo más normal es pasar por un período de reajuste sentimental en el que lo único que quieres es tirarte todo lo que se mueva (y a veces lo que no se mueve también, a según que horas pillas lo que puedes) y disfrutar de un sexo salvaje y bestial pero a la que acumulas tres malos polvos tu cuerpo se endurece. Tu mente se reblandece. Y es entonces cuando te abrochas todos los botones de la camisa porque tienes frío en lugar de lucir un escote a lo viuda alegre. Por que es que ya estás hasta las narices de ir por ahí intentando parecer más interesante de lo que eres, leñe. Te quieres poner el pijama, leer Calvin&Hobbes y que te dejen tranquila… ¿deprimida? Qué va. Nunca he estado mejor.
Y lo cierto es que no voy a estar mejor. En cuanto esta etapa asexuada pase, dejaré de hablar sola. No trabajaré diez horas al día, ni pasaré las tardes mirando Frasier en youtube o bebiendo sidra con músicos de segunda categoría en bares putrefactos. Pasaran los meses y saldré a dar una vuelta por un barrio extraño. Y conoceré a un cualquiera que me pedirá el número de teléfono. Y pediré hora para depilarme. Y empezaré s a redactar emails de cinco páginas otra vez. Y tiraré el pijama. Y volveré a sentir esa angustia pesadísima que me oprime el corazón cuando no me llaman. Y cenaré al lado de Volunteer Park, me darán la mano y un clon de Colin Firth me besará en la puerta de casa. O algo por el estilo.
En cualquier caso, sea lo que sea, que sea rápido.
La lavadora está ocupada hasta el martes y acabo de ponerme mis últimas braguitas limpias.